Al sentarnos ella me sugirió que pidiéramos un brownie con helado, yo lo acompañaría con un café y ella con una botella de agua. Fue entonces cuando surgió una pregunta habitual, que se me ha presentado con frecuencia desde hace al menos dos años, “¿te irías al extranjero?”
Yo le dije que no estaba en mis planes hacerlo, que me encantaría visitar y conocer otras naciones, pero que sentía la necesidad de quedarme. Siempre es difícil argumentar esta respuesta, y este caso mucho más, pues mi acompañante ya había visitado cerca de 12 países, y me contaba lo gratificante de su experiencia.
Hacerse adulto ha sido un reto en esta coyuntura que vivimos, sobre todo cuando las expectativas son altas, y siempre han de serlo si te propones llegar lejos. Esto lo digo a mis 24 años, sentado frente a un computador que no pagué y viviendo en una propiedad que solo me pertenece por herencia.
Uno de mis lemas más característicos es “en este país te puedes enamorar todos los días”, pero allí la palabra enamorarse no solo se refiere a un atractivo físico hacia una potencial pareja, pues te puedes enamorar de un paisaje, de una amistad, de un vínculo familiar, de un empleo, de una institución, y por supuesto, de una persona. Sin embargo, enamorarse no es suficiente, pues el amor no te da para ser independiente y para nuestra realidad actual, la independencia se ha convertido en una odisea. Y es precisamente esa necesidad de independencia, lo que seduce a los migrantes jóvenes, que literalmente han huido de la sensación de fracaso que nos produce la inestabilidad socioeconómica. Leía hace tiempo una frase muy apropiada para describir esto último, rezaba “irse de Venezuela, es como terminar una relación aun estando enamorado.”
Yo estoy enamorado, no del país entero sino de mis montañas merideñas, de mi aire, de mi cultura, de mi responsabilidad como ciudadano de esta nación, de la gente que te demuestra que un país no lo representa una minoría, de las ilustres personalidades que marcan nuestro pasado histórico... Y es un amor aterrador, agobiante, agotador, es una lucha constante entre el rechazo y la aceptación de las circunstancias.
Si Venezuela tiene un futuro, solo podemos construirlo aquellos que amamos la tierra que pisamos todos los días, aquellos que podemos sacrificar nuestro bienestar por los demás, aquellos, a los que nos preocupa más el país en el que vivirá nuestra descendencia, que este en el que vivimos ahora.
Realizado por Miguel Riveros | CI: 20.123.187
Escuela de Educación
Facultad de Humanidades y Educación
Universidad de los Andes
Mérida, febrero de 2015