A propósito de Fernando Mires y su artículo "Acerca del uso correcto de las palabras en la política".
“Yo crecí viendo a Chávez en cadena” esa expresión la usamos aquellos que alcanzamos los 7, 8 años o más para el año de 1999 y vimos el inicio de un período que nos acompañaría hasta la adultez. Sin embargo, en materia discursiva, el Presidente Chávez en sus primeros años era un personaje que la gente se sentaba a escuchar. El populismo en sus palabras llegaba al ciudadano común, aquel que no pertenecía a la “oligarquía”, la “burguesía”; de esa manera, marcó una brecha significativa que le garantizó el éxito en el terreno político, por lo menos durante unos 12 años antes de ser diagnosticado con la fatal enfermedad. En el aspecto discursivo, el fallecido Presidente adquirió las herramientas necesarias para comunicarse con el sector de la población al cual le interesaba llegar.
“Yo no escuché a Caldera” es otra expresión que podemos usar los de esa generación y las posteriores, que no supimos lo que era escuchar hablar a otro Presidente hasta la llegada de Nicolás Maduro.
Pero el caso de Maduro es bastante patético, pues su popularidad se basó en sostenerse bajo la sombra de su predecesor y sobre la base de su discurso y la poca estabilidad que se conservaba en el país cuando le fue entregado el puesto a dedo. En el madurismo es donde vemos la perdida de hegemonía del discurso que señala Fernando Mires en su artículo, pues a pesar de que se hizo el intento de preservar la brecha divisoria y Maduro intentó emular el discurso político del chavismo, la ineficiencia ha sido más perjudicial para su propio bienestar. La poca experiencia política, la falta de lectura o la simple ausencia de capacidad oratoria, podríamos atribuirle cualquiera de estas características a su fracaso, pero para muchos no es exagerado inferir que, de seguir vivo, el mismo Hugo Chávez habría visto su revolución caerse a pedazos.
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