Que bueno que mi hermano no tiene Facebook, así no veremos la típica foto de los pies sobre el suelo del aeropuerto de Maiquetía, cuando se prepare para abordar el avión con destino a Madrid la próxima semana.
Nosotros somos hombres de pocas palabras y muestras afectivas, lo único que se me ocurrió decirle al despedirlo el día de hoy fue “estamos en contacto”, como una falsa percepción de proximidad o cercanía cuando sé que estaremos a millones de kilómetros de distancia. La razón es, porque, no estoy acostumbrado a las migraciones, de hecho, pienso que nuestra cultura tampoco lo está. Venezuela no solía ser un país con un alto número de emigrantes sino, por el contrario, de inmigrantes. La idea de escoger otro país para vivir era absurda a no ser que hubiesen razones de fuerza mayor (un trabajo, una oportunidad de estudio, etc.). Ahora es todo lo contrario, la razón de fuerza mayor es la estabilidad, estabilidad económica, emocional y social, estabilidad que en nuestro país se conseguía estudiando una carrera universitaria o iniciando un negocio, suena irónico.
Ni siquiera me entristece, en realidad me alegra, “váyase y haga su vida, nosotros sobreviviremos.”, la “roncha” que se pueda pasar por fuera vale más la pena que la que estamos pasando dentro. Pero algo en el fondo, a algunos, nos dice que emigrar no es nuestro destino, ¿Cierto? ¿No estoy solo en esto?
La incertidumbre me mata todos los días.